“Miente, miente, que algo queda” es una frase apócrifa cuyos primeros rastreos se pueden observar en el siglo I después de Cristo en una obra de Plutarco, quien la atribuye a Medion de Larisa, un ambiguo personaje asesor de Alejandro Magno, unos cinco siglos antes.
Desde entonces, «Repite una mentira con suficiente frecuencia y se convierte en verdad», se ha convertido en una ley de propaganda que viene siendo sistemáticamente utilizada por políticos de todas las edades, desde Roger Bacon, Rosseau, Casimir Delavigne, hasta llegar al nazi Joseph Goebbels, grandísimo mentiroso por repetición, quien la atribuye, a su vez a Churchil.
Entre los psicólogos, esto se conoce como el efecto de «ilusión de verdad».
La “ilusión de verdad” es un mecanismo por el cual se llega a creer que algo es cierto, sin serlo. De hecho, no solo se llega a creer, también se defiende como cierto. Además, se cierra cualquier posibilidad a considerar que sea falso.
Esto sucede porque hay un fallo en nuestro procesamiento de la realidad. Las personas tendemos a valorar como verdadero aquello que nos es más familiar, con independencia de que sea o no cierto, por la única razón de que estamos más familiarizados con ello.
En este enlace podéis leer un estupendo artículo sobre el tema que publicó la revista BBC Future Como las mentiras crean una ilusión de verdad
La única forma de combatir esta ley es utilizar el sentido común, que cada vez estoy más convencida que es el menos común de los sentidos, y obligarnos a no caer en atajos heurísticos comprobando los hechos y razonando por nosotros mismos.
Los políticos españoles (como muchos otros colegas suyos en el mundo) son especialmente aficionados a la utilización de la “ilusión de verdad”, tanto como fórmula política como propagandística, pero estas mentiras resultan especialmente peligrosas en la actualidad, por cuanto el fenómeno de las redes sociales proporciona una repetición instantánea, multiplicada por miles, que se ancla poderosamente en el inconsciente colectivo, dando por ciertas realidades sobre las que hay mucho que trabajar para conseguir que éstas lo sean realmente.
Un ejemplo de este uso en el ámbito educativo es aquello de que “nuestro sistema educativo es inclusivo”y lo triste es que quienes parece que más se lo creen, además de los políticos, son los propios miembros de las Administraciones Educativas.
Pues, lo siento mucho, porque la inclusividad, entendida como personalización de la enseñanza, que es como la entiende la «Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad», redactada por la Asamblea de Naciones Unidas, ratificada por España y publicada en el B,O.E. el 21 abril 2008, ley de obligado cumplimiento para todos los españoles según establece nuestra Constitución en sus artículos 10.2 y 96.1, es un objetivo maravilloso pero totalmente utópico en la España actual.
Ya en el año 2008, una investigación promovida por el Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (CERMI) y la Fundación ONCE, publicada por el Instituto de Derechos Humanos Bartolomé de las Casas en colaboración con la Universidad Carlos III, bajo el título “La Convención Internacional sobre los derechos de las personas con discapacidad y su impacto en el ordenamiento jurídico español”, 2008; indicaba que “el ajuste general entre el ordenamiento jurídico español y la Convención requiere la modificación de más de noventa disposiciones normativas de rango legal, sólo en la esfera de la legislación del Estado, sin contar la modificación legislativa de las Comunidades Autónomas, que multiplica ese abultado número. Las Comunidades Autónomas apenas han adoptado medidas para adecuar su legislación y sus políticas al nuevo y exigente marco de derechos del texto internacional”.
En la actualidad se ha realizado la modificación o adaptación de algunas de aquellas leyes, sobre todo a nivel arquitectónico o sanitario, pero, tras doce años desde su ratificación por España y de su publicación en el BOE, a nivel educativo, nos hemos quedado únicamente con la frase “el sistema de educación español es un sistema educativo inclusivo”, que repetida hasta la saciedad, nos otorga una ilusión de verdad.
Sin embargo la realidad educativa dista mucho de esta ilusión:
- Nuestros docentes, orientadores e inspectores carecen de la formación especializada que esta personalización de la enseñanza requiere (y que está prevista en numerosas leyes).
- Nuestros centros educativos carecen de la infraestructura, medios materiales y personal para llevarla a cabo.
- La brecha social entre el campo y la ciudad es cada día mayor.
- Nuestra sociedad, lejos de manifestar una tendencia general hacia la ilustración, se masifica hacia la ignorancia tecnológica.
- Nuestra sociedad es sexista, económica e ideológicamente clasista, y discrimina a los diferentes.
- Por último, no por meter a todos los niños de una misma edad en una misma habitación y darles a todos lo mismo, se soluciona todo lo anterior.
Por eso estoy totalmente de acuerdo con la campaña de los corazones verdes:
“Educación inclusiva sí, especial, también.”
En esta España que vivimos tenemos mucho que trabajar para que las utopías se hagan realidades.
Vivimos en un mundo donde los hechos importan, y deben importar para poder modificarlos. Si repetimos cosas sin molestarnos en comprobar si son ciertas, estamos ayudando a construir un mundo donde mentira y verdad son más fáciles de confundir.
Así que, por favor, piensa antes de repetir y actúa para cambiar la realidad.
Sed felices.
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