La importancia de una detección temprana y la controvertida segregación educativa de los Alumnos de Altas Capacidades Intelectuales.
Los avances médicos en campos como la neurología o la pediatría, han dado lugar a una mayor comprensión del desarrollo del cerebro y de su funcionamiento. Hoy día sabemos la importancia que tienen en el desarrollo del feto cuestiones como la alimentación de la madre, sus hábitos cotidianos o la influencia de su estado emocional. Sabemos que los estímulos, la alimentación, la educación recibida durante los primeros años de vida son fundamentales para el desarrollo del niño en todos los sentidos y que la ductilidad del cerebro infantil es infinitamente mayor que la del adulto.
Resulta especialmente importante la detección precozen las primeras etapas de los infantes, puesto que son durante los primeros años de vida cuando sus neuronas se organizan y comienzan a establecer conexiones entre ellas (las denominadas sinapsis) a una velocidad irrepetible. Además, aunque no crecerán nuevas células nerviosas al mismo ritmo que en esta época, es durante la infancia cuando estás células se mielinizan: es decir, desarrollan completamente la mielina, la sustancia que las recubre y permite que establezcan conexiones unas con otras. «Sin mielina el impulso eléctrico no funciona bien».
Por este motivo, el Dr. Rodríguez Ferrón, Jefe del servicio de Pediatría del Hospital Perpetuo Socorro de Alicante, divide el desarrollo cerebral de la infancia en dos etapas: Desde el nacimiento hasta los tres años, que es cuando el cerebro tiene su máxima plasticidad, las regiones cerebrales son capaces de adaptarse e incluso ejercer las funciones de otras regiones si éstas están dañadas por cualquier motivo.
Hasta los seis años, prosigue este especialista, «el cerebro sigue adquiriendo habilidades pero sobre una estructura anatómica ya definida»; de manera que a esa edad puede darse por concluido el proceso de desarrollo cerebral en su mayor parte.
Pero no sólo las neuronas se desarrollan, se recubren de mielina y se conectan entre ellas (a los tres años habrán establecido 1.000 trillones de conexiones); también el aspecto del cerebro cambia en los primeros años de vida. En primer lugar, y es lo que antes salta a la vista, crece en tamaño y se proporciona con el resto del cuerpo. El cerebro representa un tercio de todo nuestro organismo en el momento en que nacemos, y alcanzará casi el 80% de su tamaño adulto entre los cuatro y cinco años. Parte de ese crecimiento se debe a la propia mielina, que aumenta su volumen, así como a las neuronas, que se expanden para extender sus ramificaciones.
La neuropediatra de Alicante, Dra. María Valerio, explica que también existen algunas diferencias entre la sustancia blanca de un niño y un adulto (en el primero ocupa menos espacio en el cerebro); mientras que en el caso de la sustancia gris, permanece prácticamente igual.
Precisamente, un estudio publicado en 2010 en la revista “Proceedings of the National Academy of Sciences” concluyó que las regiones cerebrales que más se desarrollan durante la infancia son las mismas que diferencian al ser humano de los primates. Según explicaba el equipo del Dr. Terrie Inder, aunque todas las áreas cerebrales crecen a medida que este órgano madura, las que más se expanden son aquellas en las que tienen lugar las «funciones mentales más elevadas» (como el lenguaje o el pensamiento), es decir las regiones temporal lateral, parietal y frontal.
Un proyecto de investigación neurológica iniciado por Judith Rapoport, del Instituto Nacional de Salud Mental de EE UU, basado en la realización y el análisis de escáneres cerebrales utilizando resonancias magnéticas a 307 niños de Bethesda, Maryland (Washingtong, USA), durante 17 años, ha demostrado que el cerebro de los niños muy inteligentes se desarrolla según un patrón distinto del de aquellos que poseen capacidades más normales. Algunos expertos esperan que el descubrimiento ayude a comprender la inteligencia en función de los genes que la favorecen y de las experiencias infantiles que puedan fomentarla. «Es la primera vez que alguien demuestra que el cerebro crece de forma distinta en los niños extremadamente inteligentes», afirma Paul M. Thompson, experto en técnicas de imagen cerebral de la Universidad de California en Los Ángeles.
Esa serie de escáneres ha sido analizada por Philip Shaw, Jay Giedd y otros miembros del Instituto Nacional de Salud Mental de EE UU, y por la McGill University de Montreal, quienes publicaron los resultados de su investigación en la Revista Nature. Los científicos estudiaron los cambios en el grosor del córtex cerebral, la fina capa de neuronas que reviste la superficie externa del cerebro y donde se producen numerosos procesos mentales importantes, tal como he explicado antes.
La conclusión que extrajeron los investigadores de estos estudios es que el cerebro de los superdotados es más moldeable o modificable.
El patrón general de maduración, afirman los investigadores en la revista Nature, es que el córtex desarrolla un mayor grosor a medida que el niño crece, y luego disminuye. La causa de esos cambios es desconocida, ya que la resolución no alcanza el nivel de las neuronas individuales. Pero, básicamente, el cerebro parece volver a cablearse cuando madura, y la reducción del grosor del córtex refleja un seccionado de conexiones redundantes. El análisis se inició para comprobar un hallazgo de Thompson: que ciertas zonas del lóbulo frontal del córtex son mayores en gente con mayor coeficiente intelectual (CI).
Tras estudiar a niños de siete años con una inteligencia superior, a los investigadores les sorprendió que el córtex fuera más delgado que el de un grupo comparativo de niños con una inteligencia media. Hasta que no se realizó un seguimiento de los escáneres durante el crecimiento de los niños no se hizo patente el dinamismo del cerebro en desarrollo. Los investigadores observaron que los niños con una inteligencia media (CI entre 83 y 108) alcanzaron un grosor cortical máximo a los siete u ocho años de edad. Los niños muy inteligentes (CI de 121 a 149) alcanzaron un grosor máximo mucho más tarde, a los 13 años, seguido de un proceso de seccionado mucho más dinámico.
Según Rapoport, una interpretación es que el cerebro de los niños con una inteligencia superior es más moldeable o modificable, y pasa por una mayor trayectoria de engrosamiento y reducción cortical que la que sufre en niños con inteligencia media, esto es, crece durante más tiempo. Los escáneres muestran un «modelado o ajuste de las zonas del córtex que sustentan un pensamiento de mayor nivel, y quizá eso ocurra con más eficacia en los niños más inteligentes», señala Shaw. Se realizó una prueba de CI cuando los niños entraron en el programa. No fueron necesarias más pruebas porque los CI son muy estables, afirma Rapoport.
Thompson señala que el nuevo estudio ha abierto grandes posibilidades, ya que los investigadores deberían poder identificar los factores que influyen en el cerebro al estudiar los patrones de los escáneres que han identificado. Se extrajeron muestras genéticas de las células de los niños de Bethesda, de modo que los genes que tengan una influencia en el cerebro, aunque sea mínima, deberían ser detectables. El patrón de desarrollo también podría verse afectado por factores como la dieta, las horas que pasan en la escuela o el número de hermanos, y ello puede salir a la luz preguntando a los padres cómo han criado a sus hijos. «Existen muchos enigmas sobre la inteligencia que ahora se pueden resolver», señala Thompson.
Las puntuaciones de CI y la medición de la inteligencia son controvertidas desde hace mucho tiempo. Las investigaciones de Thompson y su grupo permiten avanzar en ese terreno, al identificar características físicas del cerebro correlacionadas con el CI. En 2001, Thompson manifestó que, basándose en imágenes de cerebros de gemelos, el volumen de materia gris de los lóbulos frontales y otras zonas estaba correlacionado con el CI, y que se veía muy influido por la genética. A pesar de la gran importancia de los genes en la función cerebral, Thompson apunta que la experiencia también podría modificar el cerebro (neuroplasticidad cerebral).
Estos estudios demuestran que los Licenciados en Medicina y Cirugía, especializados en Neurología, son perfectamente capaces y competentes para diagnosticar la existencia de Alta Capacidad Intelectual mediante el análisis de las imágenes de los cerebros de los menores, utilizando escáneres obtenidos por resonancia magnética, en contra de la opinión de muchos Orientadores Escolares Españoles, que, por supuesto, no han estudiado Medicina.
Allá por los 90, el Dr. Jaime Campos Castelló, Jefe de Neurología Pediátrica del Hospital San Carlos de Madrid, en su ponencia en el Encuentro Nacional sobre la Atención Educativa a los Alumnos con Altas Capacidades, organizado por el Ministerio de Educación, en el capítulo Diagnóstico Clínico, recordaba la primera característica de los superdotados, en la Tabla de Robinson y Olszewski – Kubilius de 1996: “proceso de maduración neuropsicológica asincrónico (disarmónico)” indicando que: “La maduración se lleva a cabo gracias al perfeccionamiento de los circuitos neurogiales que se establecen bajo una sistemogénesis heterocrónica y de forma independiente”, añadiendo “Es importante, en el diagnóstico de la superdotación, el diagnóstico diferencial con diversas patologías.“
Y concluía diciendo que «UN NIÑO SUPERDOTADO ES UN NIÑO CON UN DESARROLLO CEREBRAL DIFERENTE. Tiene más interconexiones neuronales y éstas se combinan entre sí de forma exponencial, distinta al resto de la población, lo que se traduce en una percepción diferente de lo que les rodea: piensan diferente, sienten diferente y su cerebro les permite manejar de forma más rápida y eficaz la información, lo que se traduce en un aprendizaje mucho más rápido, eficaz, creativo y, en muchos casos, divergente, que el de los niños de su misma edad cronológica.»
Tanto estos estudios como las experiencias educativas desarrolladas en todo el mundo establecen que: “La identificación tiene como objetivo poder establecer unas pautas educativas adecuadas desde los primeros años de vida. Es fundamental la detección temprana. Si no se hace, un alto porcentaje de estos niños experimenta un fracaso escolar, muchos sufren la incomprensión de sus compañeros y profesores, tienen problemas de adaptación social y en su vida profesional no llegan a tener éxito.” G. Galdó Muñoz Catedrático de Pediatría. Departamento de Pediatría. Universidad de Granada Artículo especial Bol. SPAO 2008; 2 (2) 157.
Para aquellos que lo desconozcan, el niño/a con necesidades educativas especiales es aquel que muestra desviaciones en comparación con el niño promedio (Dr. Macotela 1994). Aproximadamente un 4% se encuentra entre dos y tres desviaciones estándar por debajo del promedio (CI entre 55 y 70) y otro 4% entre dos y tres desviaciones estándar por encima del promedio (CI entre 130 y 145). La desviación es tal, que el sujeto requiere de prácticas escolares modificadas o especiales para poder desarrollar su máxima capacidad (Kirk y Gallagher, 1983) porque el procedimiento educacional uniforme, que se aplica a la mayoría, resulta inadecuado para él (Kaufmann, 1981).
Ni que decir qué sucede en el caso de cuatro y cinco desviaciones estándar por encima del promedio (CI superior a 145 y 160, los conocidos como niños genio, prodigio o profundamente dotados), en que los alumnos necesitan una enseñanza completamente personalizada, totalmente adaptada a sus necesidades; sin embargo, tanto la administración educativa en general como muchos padres, creen que dar a estos niños la atención educativa que requieren en centros de educación especial o específica para ellos es una forma de segregación, a pesar de que tanto nuestra norma constitucional como la Convención de Derechos del Niño en su artículo 29 establecen que la educación debe ir encaminada a conseguir «el máximo desarrollo de los menores», lo que resulta imposible para estos menores dentro de un sistema educativo de «objetivos mínimos» como es el regulado por la legislación educativa española.
De todo lo anterior se deduce, sin dificultad, la importancia de la detección precoz de los ritmos de maduración cerebral y de la atención educativa en el desarrollo de cualquier niño desde su nacimiento y, en especial, durante su primera infancia, para ayudarle en su crecimiento como ser humano, sin necesidad para ello de ponerle ningún tipo de etiqueta; y debiera deducirse, también, que no se trata de segregar, sino de atender educativamente de forma adecuada a aquellos alumnos superdotados intelectuales que se encuentran por encima de 4 o 5 desviaciones estándar sobre la media.
Feliz semana.